jueves, 29 de marzo de 2018


Ponte de rodillas delante de Cristo crucificado
Meditaciones para toda la Cuaresma

Viernes Santo. Cristo abraza el dolor redentor en la cruz para salvarnos a nosotros. 


Por: P. Cipriano Sánchez LC | Fuente: Catholic.net 



Reflexionemos en Cristo en la cruz, en el crucifijo en el cual nosotros acabamos aprendiendo a Cristo, acabamos reconociendo a Cristo. ¿Qué es lo que vemos cuando miramos el crucifijo? La cruz de Cristo en el Calvario es el testimonio de la fuerza del mal contra el mismo Hijo de Dios; es el poder del mal que en estos momentos parece no tener freno. Incluso Aquél que había vencido al mal, en sus diversos medios de presentarse en la historia del hombre, en el pecado, en el dolor, en la muerte, ahora se ve totalmente a disposición del mal.

La cruz que se levanta sobre la tierra, la cruz que se eleva sobre todos los hombres, que le hace ser Redentor, es al mismo tiempo la más clara manifestación del poder del mal sobre Cristo, es la más clara muestra de que Cristo está dejado por Dios para que todo el mal que sufre el hombre se clave en Él. Sin embargo, Cristo es inocente.

Él es el único, entre los hombres de toda la historia, libre de pecado, incluso de la desobediencia de Adán y del pecado original.
Es en Cristo, —en quien no conocía el pecado—, donde el pecado se hace, al menos aparentemente, señor de su vida. Es la obediencia de Cristo hasta la muerte, y muerte de cruz, la que va a hacer posible que las cadenas del pecado sean vencidas a partir de este momento por todo hombre que se una a la cruz del Salvador.

Sin embargo, si miramos en el corazón de Cristo, ¡con cuánto dolor sufriría el verse hecho pecado!, ¡cuánta repugnancia moral sentiría al verse reducido, no sólo a la condición de pecador, sino de maldito por la ley! “Maldito el hombre que cuelga de un madero”, decía la ley de Moisés.

¡Con cuánto amor habrá tenido que arder el corazón del Señor para ser capaz de vencer la repugnancia del pecado! Es esto lo que vemos: vemos a Jesús crucificado, vemos a Jesús insultado, vemos a Jesús que grita en la cruz: “¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?” Los esbirros se acercan a la cruz, toman las palabras de Cristo como una burla. Unos le dicen que llaman a Elías, otros le empapan una esponja en vinagre y le dan de beber, y algunos, en el último chiste macabro, le dicen: “Deja, vamos a ver si viene Elías a salvarlo”.

“Pero Jesús, dando un fuerte grito, exhaló el espíritu. En esto, el velo del Santuario se rasgó en dos”.Acababa de cumplirse en Cristo hasta la última de las profecías, y por eso, el velo del Santuario que impedía que los fieles viesen al Santo de los Santos, ya no tenía ningún sentido, no tenía ningún porqué, y se rasga en dos.

¿Qué es lo que hace que Cristo llegue hasta ahí? Si hemos visto su alma en Getsemaní y hemos visto su alma antes de salir al Calvario, ¿cuál es esta última de las profecías, cuál es esta última de las obediencias que Cristo tiene que sufrir? "¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?", el salmo que recitaría nuestro Señor como última oración en el Calvario y que podría ser para nosotros un momento de especial encuentro en el alma de Cristo; que se va identificando con todos estos sentimientos, que mira a sí misma y ve los ultrajes recibidos y, por otra parte, mira a Dios y ve que Él es su Creador, su Señor, en su alma humana, en su naturaleza humana. Al mismo tiempo, Cristo se ve a sí mismo y se da cuenta de que no puede desconfiar de Dios y, sin embargo, está sufriendo la más tremenda de las obscuridades, la más tremenda de las noches del alma, cuando Dios mismo se aparta del alma de Cristo en un misterio insondable, en un misterio irreconocible, en un misterio ante el cual nosotros solamente podemos caer de rodillas y decir: “Creo, Señor, te adoro y te pido perdón, porque todo esa obscuridad, esa noche, la has querido pasar por mí.”

Y como quien no quisiera tocar la herida dolorosa de su Señor, pongámonos simplemente de rodillas delante de Cristo crucificado y pidámosle perdón, porque por nosotros, Él tuvo que llegar a sufrir incluso el despojo absoluto de su Padre.

Si nosotros llegásemos hasta ese encuentro, veríamos cómo Cristo nuestro Señor tiene que sufrir en su alma el sentimiento de la más tremenda de las injusticias: la ignominia de la muerte, que es la suma debilidad del ser humano al ver cómo su cuerpo se deshace por medio de la muerte. ¡Qué duro es ver morir a un ser querido, qué duro debe ser esa impotencia de Cristo, sin otro camino que el de la aceptación! Sólo cuando el hombre ha hecho de la cruz la presencia de Dios en su vida, como Cristo, su mente y su corazón es capaz de ver en la muerte un inclinarse profundo de Dios hacia cada uno de los hombres en los momentos más difíciles y dolorosos.

Cada vez que besamos una cruz, no besamos simplemente un instrumento de tortura en el que han muerto miles y miles de hombres a lo largo de toda la historia de la humanidad, besamos el signo que nuestro Señor hizo bendito con su muerte. En la cruz de Cristo, sobre la que viene la muerte en un torrente de impotencia y de amor, nosotros vemos el toque del amor eterno de Dios sobre las heridas del pecado, que son las que de verdad causan el dolor de la experiencia terrena del hombre. El alma de Cristo, imponente ante la muerte que ve venir, sabe que es el toque de amor eterno de Dios sobre la obscuridad de su debilidad como hombre, y de nuestras debilidades.

Pongámonos nosotros a los pies de la cruz, y dentro de nuestro corazón recitemos ese canto del siervo de Yahvé: “Despreciado y deshecho de hombre, varón de dolores, sabedor de dolencias como ante quien se oculta el rostro despreciable y no le tuvimos en cuenta. Eran nuestras dolencias las que Él llevaba y nuestros dolores los que Él soportaba. Nosotros le vimos, nosotros le tuvimos por azotado, herido de Dios y humillado. Él ha sido herido por nuestras rebeldías, herido por nuestras culpas. Él soportó el castigo que nos trae la paz y con sus cardenales hemos sido curados”.

En Cristo, Varón de Dolores, se encierra el dolor de la cruz; un dolor que abraza el dolor de todos los hombres de la historia. Son nuestras dolencias las que son llevadas; son nuestros dolores los que son soportados; son nuestras rebeldías las que abren su carne; son nuestras culpas las que muelen su cuerpo; son nuestros castigos, que Él soporta, los que nos traen la paz.

Cristo se convierte así en el depositario de toda la culpa de la humanidad. Cristo es el depositario de toda tu culpa y de toda mi culpa, de toda tu vida y de toda mi vida. Veamos a Cristo cargado con nuestros pecados, atrevámonos a decirle: “¿Te acuerdas de este pecado mío? Es tuyo. ¿Te acuerdas de esta otra infidelidad, te acuerdas de esta otra ingratitud? Te la llevas en tus hombros. Todos nosotros, como ovejas, erramos; cada uno marchó por su camino, y Yahvé descargó sobre Él la culpa de todos nosotros
Cristo abraza el dolor redentor en la cruz. Entre malhechores, entre insultos, entre esbirros que se burlan, va cumpliendo, una detrás de otra, las profecías que lo presentan como un cordero llevado al degüello, como oveja que, ante los que la trasquilan, está muda. Tampoco Él abrió la boca. Es el dolor redentor que pasa por la opresión, por la humillación, por el ser lavado, por el silencio...

“Tras arresto y juicio fue arrebatado de sus contemporáneos; quien se preocupa fue arrancado de la tierra de los vivos; por las rebeldías de su pueblo fue herido.” Personalicemos esto y démonos cuenta de que no es un juego que se repite toda la Semana Santa para que el pueblo cristiano tenga algo de que dolerse y algo de que arrepentirse; es una vida humana la que cargó sobre sí todos mis pecados. Una vida que fue considerada impía, maldita, alejada de Dios aun en su muerte. Pero Él era inocente. Su fecundidad proviene precisamente de su don.

Si nosotros nos atrevemos a ver esto así, atrevámonos también a hacer con Cristo un acto de oblación personal, a ofrecernos junto con Cristo en el misterio de la cruz, a ofrecernos junto con Cristo como el único sentido que tiene nuestra vida cristiana.

¿Cómo se puede ser feliz? ¿Cómo se puede perseverar y ser auténtico cuando mira uno a Cristo en la cruz? Solamente hay un camino: siendo corredentor con Cristo en la cruz, estando siempre clavados en esa cruz. Y, cuando vengan los problemas, piensen que ustedes quisieron ser de Cristo, crucificados con Cristo, salvadores de los hombres. Siempre que busquemos otra cosa en nuestra vida, vamos por un camino equivocado, vamos fuera del plan de Dios.

“En la vida de un cristiano, la luz tiene que estar presente y tiene que doblegarnos bajo su peso. No penséis nunca en una vida fácil, lejos del sufrimiento y del sacrificio. La vida terrena es para luchar, para caer en el polvo mil veces y levantarse otras mil veces, es una vida para ser humillados por amor a Cristo. No soñéis con vidas sin cruces. Porque la cruz es un instrumento connatural a la vida del hombre y en especial para aquellos que, por vocación hemos aceptado seguir a Cristo por los caminos del Calvario.

Ahora bien, llevad esa cruz con alegría, con el amor con que se ama a Cristo. Llevad esa cruz con optimismo, con el optimismo del cristiano, que por la fe conoce la trascendencia de su vida de frente a la eternidad. Llevad esa cruz y ayudar a otros a llevarla como buenos samaritanos”.

La muerte de Cristo en la cruz se convierte para nosotros en redención. Y si es un momento de profundo dolor, de negra pena, es al mismo tiempo, un momento de profunda liberación. Mi alma ante ese Cristo crucificado tiene que echarse hacia atrás, mi alma tiene que empujar, tiene que tomar su condición de apóstol, consciente de que a partir de ahora, el Señor crucificado vive en mí, que a partir de ahora el Señor redentor redime con mis palabras, redime con mi corazón, redime con mi celo apostólico, redime con mi ilusión de traer almas para Cristo, redime con mi obediencia, redime por vivir con delicadeza mi vocación.

Así es como Cristo muere este Viernes Santo en la cruz. No es repitiendo de nuevo su sacrificio que nosotros simplemente vamos a conmemorar. Es, sobre todo, haciendo que nosotros nos abracemos con más claridad y con más fuerza a este sacrificio redentor, hecho garantía, hecho amor, hecho corazón dispuesto a servir a los hombres.
 


viernes, 9 de marzo de 2018

Mons. Urbanc: “La mujer es santuario de vida que debe mirarse en María”
Viernes 9 Mar 2018 | 08:26 am


San Fernando del Valle de Catamarca (AICA): El obispo de Catamarca, monseñor Luis Urbanc, presidió el 8 de marzo la misa de acción de gracias en la catedral basílica Nuestra Señora del Valle, donde saludó a las mujeres en su día y las alentó a ser “santuarios de la vida”. “Queridas mujeres, Dios les ha dado una misión sublime. El mundo las necesita bien mujeres”, sostuvo. 

La Eucaristía se realizó por una iniciativa del Servicio Penitenciario Provincial, a la que se sumaron Policía Provincial, Policía Federal y Gendarmería. Fue concelebrada en el altar mayor de la catedral basílica y santuario de Nuestra Señora del Valle, por los capellanes de la Policía Provincial, Gendarmería Nacional y Servicio Penitenciario Provincial, presbíteros Juan Orquera, Reinaldo Oviedo y Dardo Olivera, respectivamente.

En la homilía, monseñor Urbanc expresó: “Nos hemos congregado a los pies de la Virgen para agradecer el don de la mujer, criatura de Dios como el varón, sobre todo agradecer el genio femenino, porque Dios decidió incorporar de un modo estrecho al proyecto salvífico a la mujer, eligiendo a María, para que en sus purísimas entrañas se encarnara su propio Hijo. Para ello le pidió permiso y Ella dijo: ‘Sí’”.

El prelado destacó la iniciativa surgida en el ámbito del Servicio Penitenciario, a la que adhirieron todas las fuerzas del orden. “Es un hermoso gesto, que ojalá que se repita, y que se suma a las dos peregrinaciones realizadas a la Gruta de Choya, que han organizado desde el Servicio Penitenciario. Son hermosas iniciativas que vale la pena que prosperen en el tiempo, porque significan un pararse, reflexionar en algo, tomar conciencia de nuestra condición de cristianos, de hijos e hijas de Dios”, sostuvo.

Asimismo, reiteró su deseo de saludar a las mujeres “como santuarios de la vida, porque Dios formó a la mujer para que dentro de ella fuera tomando cuerpo una nueva vida humana, según sus designios. Y lo estamos haciendo en este santuario en honor a la Virgen, que es por excelencia santuario de quien es la Vida, el Hijo de Dios. Una prerrogativa única que tuvo Ella, ser el santuario del Dios con nosotros, del Emmanuel. Y tiene una particular fuerza que destaque este título, porque hay unas sombras sobre nuestra Patria, porque algunos quieren apagar este don precioso que es la vida”.

“Pero no hay ningún poder, autoridad, ni la misma madre, que pueda apagar la vida, porque la vida siempre es superior a cada uno de nosotros. Nosotros participamos de ese don de la vida que nos lo regala Dios. Por eso qué hermoso que Dios ha decidido en su plan elegir a una de sus criaturas, precisamente a la mujer, para ser santuario de la vida”, agregó.

El pastor diocesano enfatizó que “la mujer tiene que estar acompañada por el varón. Lo más triste es cuántas veces estos santuarios de la vida están abandonados. Y si la vida es tan importante, toda una sociedad tiene que estar acompañando el don de la vida”.

Esto tiene que partir siempre de la gratitud, si cada uno se mira a sí mismo se da cuenta que existe, que vive, que piensa, que tiene sentimientos, que tiene afectos, si esto lo valoro, cómo no lo voy a valorar para otros, para aquellos que se están asomando a esta aventura de vivir, de existir. También lo tenemos que cuidar, no podemos ser egoístas”, sostuvo, y añadió: “El egoísmo es una de las primeras consecuencias del pecado, me miro a mí mismo y no me importan los otros. Uno tiene que aprender a ser un auténtico discípulo de Jesús, tiene siempre que pensar en el otro, especialmente en los más débiles”.

“Queridas mujeres, Dios les ha dado una misión sublime. El mundo las necesita bien mujeres. Por eso tenemos este modelo, y en Catamarca de un modo especial, que es la Virgen María. En Ella deben contemplarse. Ella debe ser el espejo en el que se miren, tener siempre ese modelo y aspirar a ser semejantes a Ella, en la fe, en el amor, en el espíritu de servicio, en la humildad de Ella. El mundo va a cambiar en un giro copernicano si nuestras mujeres se asemejan a María”, aseveró.

Asimismo, llamó a que “pongan lo suyo, la ternura, la bondad, la cercanía, el cuidado, la dulzura”, especialmente “en un mundo donde hay mucha torpeza y odio, ustedes tienen que ser lo contrario, poner la ternura”. También mencionó a “las mujeres que en distintos puntos de la ciudad también se juegan y quieren aportar lo propio del genio femenino en la sociedad, en nuestros barrios, y de esta manera ir realizando su aporte a la comunidad”.

Monseñor Urbanc puso énfasis en la necesidad de la educación de la mujer y que ésta “tiene que ir tomando conciencia de que es la mano derecha de Dios en el mundo, este Dios que es Vida, y valorarse por eso, porque lo más hermoso es ser santuario de vida”. Por eso exhortó a que “se miren solamente en Dios, en el espejo de María, y vamos a poder transformar estas cosas perniciosas que encontramos en nuestra sociedad”.

“Pedimos desde este santuario que derrame muchas bendiciones sobre todas las mujeres de nuestra provincia, de nuestra Patria, del mundo entero, especialmente que María esté cerca de aquellas que sufren en este día. Que ellas sean reconfortadas, que se descubran amadas por el Señor, y que puedan ser también testimonio de este amor de Dios en el mundo”, concluyó. 

jueves, 1 de marzo de 2018

LO INDEBATIBLE A DEBATE


Último e insuperable hito entre los socorridos por el élan liberal en su descenso a los más sellados infiernos, la legalización del aborto concita todos los horrores que una mente no agostada por esa nueva patología llamada brain fog o «niebla mental» podría sufrir en esta ardua hora. Es ciertamente de malnacidos andar alentando la carnicería atroz de los más débiles e inocentes, es de un ensañamiento ciego como de perros rabiosos este retozar entre argumentos a cuál más sofístico y enclenque para sumarse al coro infecto de los que piden cuchillo contra el indefenso. "El derecho a disponer del propio cuerpo", apuran con crasa inconsecuencia los mismos que cuestionan el derecho natural de propiedad, resemantizando de paso esa incipiente vida ajena en quiste o forúnculo. "El número de mujeres que mueren por abortos clandestinos", lagrimean los que omiten que, tanto en abortos clandestinos cuanto en aquéllos perpetrados sub lege, mueren siempre y sin excepción los niños. En un ciento por ciento: que lo adviertan estos merodeadores de estadísticas amañadas.

Nunca estará de más recordar aquella descripción del Juicio Final que sólo san Mateo trae entre los cuatro evangelistas (25, 31 ss.) y que consta entre las últimas enseñanzas públicas de Jesús. El tema de la caridad como condición para la bienaventuranza eterna, en la sociedad de la previsión y de la obsolescencia, reclama extenderse a aquellos cuyo mero alumbramiento depende hoy como nunca del arbitrio de otros, incluidos los legistas. Es aquello que, sin el imponente escenario esjatológico, urgía a grandes voces el profeta: parte tu pan con el hambriento (...), cuando veas a alguien desnudo, cúbrelo, y no desprecies al que está hecho de tu propia carne (Is 58, 7), recomendación esta última que cabe del todo literalmente a las mujeres tentadas de abortar. Hoy el mal del coco alcanza tal cota que no faltan tontos escépticos que, descuidados los otros nueve mandamientos, recurren al «no matarás» como principio doctrinario del vegetarianismo o de la prohibición de la tauromaquia, mientras aprueban el descuartizamiento sistemático de aquellos que son «nuestra propia carne» recién gestada.

Si algo faltaba para agregar sombras a esta lúgubre demoniocracia era convocar una sesión en el Congreso para debatir sobre la licitud del filicidio. De sobra sabemos de qué modo son tratados la verdad y el honor en estas gimnasias parlamentarias. El propio ministro de Cultura de Macri blandió un lema que se define solo: «tiene que ser una discusión madura y, después, que gane la mayoría». La mayoría parlamentaria como omnímodo principio de determinación en los asuntos morales, con el populacho llamado a intervenir a su modo, entre regüeldos, al otro lado de la acaparadora pantalla. Es sabido: hay una muchedumbre de juicios erróneos que el mundo inspira en nuestros contemporáneos acerca de demasiadas cosas. Quizás éste de la condescendencia con el aborto sea el más expresivo del estado de confusión demoníaca, el velo más tupido con que se ha cegado la sensibilidad del común respecto del problema del mal.

Ante nuestros ojos se desenvuelve un drama invisible a los más, que corren a ocupar su sitio a la diestra o la siniestra del sumo Juez aun antes del dies irae decretado, siendo el aborto y su legislación la ocasión para anticipar el criterio último con el que Aquel obrará la obligada distinción entre ovejas y cabritos. Pues no sólo en la casi obvia identificación de Nuestro Señor con «el más pequeño de sus hermanos» reside el paralelismo del caso, sino en la actuación de sus principales actores. Así, si esta repentización de la disputa respondiera al propósito de distraer el malhumor colectivo tras el incontrolable aumento del precio del combustible y las tarifas (como verosímilmente se ha señalado), menudo nuevo rasgo de semejanza con Pilatos se habrá adosado Macri, cuando aquél entregó al Justo para aplacar un furor popular que anunciaba sedición. Incluso la aparición en escena de Cristina Kirchner para avalar la convocatoria al debate revela una inesperada concordia entre ésta y el actual mandatario después de tantos desencuentros, semejante a aquella de Herodes y Pilatos, que «aquel día [con ocasión del  proceso de Cristo] se hicieron amigos, porque antes eran enemigos» (Lc 23, 12). Ni faltó ese único obispo que, a semejanza de José de Arimatea, hizo públicas las dos o tres observaciones pertinentes al caso, ganándose el escarnio de los animadores y payasos de este circo de sangre. Pues habló de la falta de principios de Macri y su pandilla, y de paso tocó el tema de la pátina católica que imprimen colegios y universidades por éstos frecuentados, de los que se sale sin siquiera saber hacer correctamente la señal de la Cruz. Y del hipócrita silencio al que se han juramentado la prensa y los políticos cuando, tomando pretexto de los embarazos por violación, omiten, v.g., todo debate sobre la pena de muerte del agresor, proponiendo en cambio la disputa acerca de la eliminación del más inocente.

Era obvio, por lo demás, que la Conferencia Episcopal iba a apresurarse en hacer las veces del Sanedrín, instando calurosamente a un "diálogo sincero y profundo en el que se escuchen las distintas voces", lo que pronto fue correspondido con la gratitud de los ideólogos del control demográfico por vías las más cruentas.

-Publicado en In exspectatione

Homilía del Papa Francisco en la Santa Misa con la Bendición de los Palios para los nuevos Arzobispos Metropolitanos, en la Solemnidad ...