lunes, 24 de julio de 2017

ORACIÓN POR HOY, ORACIÓN DE SIEMPRE



 

Señor, ¡que mis enemigos sean numerosos! ¡Que una multitud se levante contra mí! 
(Salmo 3)

Sí, Señor, os llamo, elevo mi mirada hacia Vos, porque los enemigos de la Iglesia son muy numerosos: los grandes medios, la masonería, la contra-cultura, las leyes que promueven el aborto, la eutanasia, la contra concepción, el divorcio y pronto el alquiler de vientres, la fabricación mercantil del niño, la teoría del género, los métodos pedagógicos, la idolatría del deporte, el poder del dinero y la violencia islamista. ¡Ellos son numerosos, Señor! No solo vuestra Iglesia, sino aun los hombres y toda la sociedad son amenazados por la nueva y temible esclavitud de los espíritus. 

Un gran número dice a mi alma: “No más salvación para ella, cerca de su Dios”

La gran tentación, Señor, es creer que vos no podéis salvar a los hombres. La salvación vendrá de los hombres, dicen ellos. La salvación vendrá de nuestras leyes y de nuestra técnica. Nosotros haremos reinar la paz por golpes financieros, por la inteligencia artificial, por los genes modificados y por la reescritura de la historia. Nosotros impondremos el vivir juntos, a golpes de buenos sentimientos y desarraigo. ¡No más trascendencia! Vamos a fabricar un hombre nuevo sin naturaleza, sin moral, sin sexo definido, sin historia, sin otra vocación que la de ser más fuerte, más perforado.

Pero vos, Señor, sois mi protector y mi gloria, y vos levantáis mi cabeza.

            Sí, Señor, espero en Vos. Vos que habéis elegido al pueblo judío y liberado de la esclavitud de Egipto. Vos habéis enviado a vuestro Hijo, quien murió y resucitó por nosotros. Vos nos habéis revelado el camino para participar en vuestra vida bienaventurada. Vos sois nuestra gloria, nuestra vida, nuestra felicidad. Vos habéis instituido vuestra Santa Iglesia y suscitado en cada época de la historia, santos, una minoría que humildemente y corajudamente hace avanzar vuestro reino. ¿Cómo no elevar la cabeza pensando en los pequeños niños de Fátima que han cambiado el curso de la historia?

Grito hacia el Señor y Él me escucha.

            Señor, me permito gritar hacia Vos con Abraham, con Moisés y todos los profetas. Oso gritar a Vos con Cristo, Él que fue escuchado en razón de su piedad. Si no puedo elevarme hacia Vos, si no puedo franquear el abismo, mi voz puede atravesar el espacio. Sé, con certeza, que Vos esperáis de todos,  resoluciones, una conversión y la imitación de vuestro Hijo, Jesús, que ha predicado, curado, nutrido y liberado a las almas del demonio. Pero vos esperáis en primer lugar que nosotros nos apoyemos en la gracia que viene de lo alto. Señor, dad a vuestra Iglesia religiosos que consagren su vida a gritar día y noche, hombres y mujeres que griten por aquellos que no gritan.

Me he acostado y dormido y me he despertado, porque el Señor me ha llamado.    

            Señor, creo en Vos. Tengo confianza en Vos. Espero contra toda esperanza. Como Cristo en la cruz, puedo ir hasta la muerte. Se que Vos no nos abandonarás. Podemos caer muy bajo, pero que sea entre vuestras manos. Vos nos despertaréis, como habéis resucitado a Cristo, quien ha enviado sus apóstoles a convertir a las naciones.
            Señor, levantaos


F. Louis Marie, O.S.B.

Abad de Santa Magdalena de Le Barroux
15 de junio de 2017.

Tomado de Les Amis du Monastère,n°162.

miércoles, 5 de julio de 2017

El combate espiritual de la Iglesia militante

Equipo de Dirección de Fe y Razón

Hasta hace unos 50 años era habitual en la Iglesia Católica decir que el Sacramento de la Confirmación transforma a los confirmados en “soldados de Cristo”. Además se seguía utilizando con frecuencia las metáforas bélicas del lenguaje cristiano tradicional. Recuérdese, por ejemplo, la meditación de “las dos banderas” en los Ejercicios Espirituales: San Ignacio de Loyola imagina el mundo como un campo de batalla en el que se enfrentan, en lucha a muerte, el ejército de Jesucristo y el ejército de Satanás. 

Hoy apenas quedan vestigios de estas cosas en el lenguaje cristiano corriente. ¿Se trata sólo de modas lingüísticas sin importancia? Seguramente no. La vida cristiana es gracia y lucha a la vez. Ante todo gracia, pero también lucha: una lucha espiritual librada por cada cristiano y por toda la Iglesia bajo el influjo de la gracia de Dios. 

No es casualidad que, después del Concilio Vaticano II, cuando tantos católicos “progresistas”, en busca de una mayor cooperación entre la Iglesia y el mundo, pretendieron –y en buena medida lograron– “abatir los bastiones” que defendían a la ciudad de Dios del asedio de sus enemigos, se haya debilitado tanto la lucha ascética como el lenguaje que la describe.

No obstante, el Concilio Vaticano II, en sí mismo, no respalda esa evolución “progresista”. Como prueba, citaremos dos textos de la constitución pastoral Gaudium et SpesToda la vida humana, la individual y la colectiva, se presenta como lucha, y por cierto dramática, entre el bien y el mal, entre la luz y las tinieblas. Más todavía, el hombre se nota incapaz de domeñar con eficacia por sí solo los ataques del mal, hasta el punto de sentirse como aherrojado entre cadenas. Pero el Señor vino en persona para liberar y vigorizar al hombre, renovándolo interiormente y expulsando al príncipe de este mundo (cf. Juan 12,31), que lo retenía en la esclavitud del pecado.” (Concilio Vaticano II, Gaudium et Spes n. 13). 

“A través de toda la historia humana existe una dura batalla contra el poder de las tinieblas, que, iniciada en los orígenes del mundo, durará, como dice el Señor, hasta el día final. Enzarzado en esta pelea, el hombre ha de luchar continuamente para acatar el bien, y sólo a costa de grandes esfuerzos, con la ayuda de la gracia de Dios, es capaz de establecer la unidad en sí mismo. Por ello, la Iglesia de Cristo, confiando en el designio del Creador, a la vez que reconoce que el progreso puede servir a la verdadera felicidad humana, no puede dejar de hacer oír la voz del Apóstol cuando dice: ‘No queráis vivir conforme a este mundo’ (Romanos 12,2); es decir, conforme a aquel espíritu de vanidad y de malicia que transforma en instrumento de pecado la actividad humana, ordenada al servicio de Dios y de los hombres. A la hora de saber cómo es posible superar tan deplorable miseria, la norma cristiana es que hay que purificar por la cruz y la resurrección de Cristo y encauzar por caminos de perfección todas las actividades humanas, las cuales, a causa de la soberbia y el egoísmo, corren diario peligro.” (Concilio Vaticano II, Gaudium et Spes n. 37).


Actualmente muchos católicos parecen haber perdido conciencia de esa “dura batalla contra el poder de las tinieblas”. Varios errores demasiado extendidos, interrelacionados entre sí, lo manifiestan: la pérdida de la conciencia del pecado (sobre todo del pecado como ofensa a Dios), la falta de fe en la existencia del Infierno, la falsa creencia de que todos iremos al Cielo, el anuncio de una misericordia divina tan indiscriminada que no incluye ninguna exigencia de conversión, una tolerancia funesta a los errores doctrinales e incluso a las herejías, el deseo de que la Iglesia abra las puertas de sus sacramentos a todos, independientemente de que cumplan o no la ley de Dios, un generalizado abandono de la apologética, una gran pérdida del impulso misionero, un pacifismo enloquecido que tiende hacia la rendición incondicional, etc. 

Quizás fatigados por una lucha espiritual insuficientemente enraizada en el Espíritu Santo, muchos cristianos están sucumbiendo a otro espíritu, mentiroso y homicida, que nos impulsa a dejar de luchar bajo la bandera de Cristo y a declarar unilateralmente la paz (en todo sentido) a todo el mundo, incluso a los que siguen odiando a Cristo y persiguiendo a los cristianos. Ellos dejan de luchar contra un “mundo” que yace bajo el poder del Maligno (cf. 1 Juan 5,19), pero no por eso ese “mundo” cesa de agredirlos, de atacar a la Iglesia y de hacerle daño; labor tanto más fácil cuanto más se hayan abatido los bastiones defensivos antes mencionados.

En las circunstancias actuales, es urgente que dejemos de lado el “optimismo ideológico” progresista y recuperemos el realismo evangélico.

El Señor nos conceda la gracia de vivir todas sus Bienaventuranzas, incluso la última del Sermón de la Montaña: “Felices ustedes, cuando sean insultados y perseguidos, y cuando se los calumnie en toda forma a causa de Mí. Alégrense y regocíjense entonces, porque ustedes tendrán una gran recompensa en el cielo; de la misma manera persiguieron a los profetas que los precedieron.” (Mateo 5,11-12).  


Homilía del Papa Francisco en la Santa Misa con la Bendición de los Palios para los nuevos Arzobispos Metropolitanos, en la Solemnidad ...